Columnista invitada (*) l Toda relación se expone al riesgo de terminar y, a veces, lo que duele no es solo el final, sino quedarse anclado. Iniciar el duelo no es rendirse, es comenzar a sanar. Aprender a despedirse es también una forma de crecer.
Todo amor está en riesgo de desamor. Algunas personas no se atreven a amar porque el amor moviliza, desarma, desestructura. Sabemos que nunca estamos tan vulnerables como cuando amamos. Es un acto de valentía, es estar en riesgo, sin garantías. Posiblemente esta sea una de las causas por las cuales algunas personas se encuentran emocionalmente no disponibles.
Cuando hablamos de , escribió Jean-Jacques Rousseau en 1762.
, escribió Jean-Jacques Rousseau en 1762.
, escribió Jean-Jacques Rousseau en 1762.
, escribió Jean-Jacques Rousseau en 1762.
, escribió Jean-Jacques Rousseau en 1762.
, escribió Jean-Jacques Rousseau en 1762.
Una de las preguntas que con más frecuencia se escucha en el consultorio después de una ruptura es: ¿cuándo pasará el dolor? ¿Cuándo estaré mejor?
La relación termina al mismo tiempo para los dos, pero el dolor no. No hay tiempos definidos, y eso angustia. Pero no será para siempre. El dolor se irá transformando día a día. Incluso puede funcionar como aliado: permitiendo que aparezca, dejará de doler.
Leé también: La actividad física que hay que hacer durante 90 segundos por día para fortalecer el corazón
El psicoanálisis colabora para sobrellevar el proceso de duelo y alcanzar la aceptación. Afrontar la pérdida, integrar los aspectos agradables y desagradables de la relación, permite restablecer el equilibrio emocional. Si no se elabora, la angustia resultante puede derivar en duelos inconclusos, patológicos o incluso en enfermedades físicas.
El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional. Es necesario permitirnos transitar el dolor si queremos sanar. Aceptar el sufrimiento, pero no quedarnos detenidos ahí. Capitalizarlo como motor de transformación, conectar con lo que realmente nos pasa y direccionarnos hacia donde queremos ir.
Siempre es mejor un sufrimiento consciente que uno reprimido. De esta manera, conseguiremos crecer como personas, sintiéndonos más firmes y maduras frente a nuestras decisiones, reforzando la autoestima.
Tal como cantaba Gustavo Cerati: "Poder decir adiós es crecer". Cada adiós es una oportunidad de encontrarse con una mejor versión de uno mismo, enriquecida por la experiencia vivida y con una confianza básica fortalecida. Una vez que atravesamos un duelo, ya no somos los mismos.
Con el tiempo, se comprende que hay amores que no llegan para quedarse, sino para dejarnos un aprendizaje. Debemos dejarnos atravesar por el dolor que implica una pérdida para poder sanar. Y a medida que sea posible, abrirnos a lo nuevo, porque soltar lo que ya no suma es dar lugar a nuevas oportunidades.
Freud, en su texto "Duelo y melancolía" (1915), hablaba del "trabajo de duelo" como un proceso psíquico activo, no pasivo, que depende de nuestras acciones. Cuidar el cuerpo, la mente, evitar pensamientos nocivos, hacer lo que nos hace bien. Valorar cada paso hacia adelante, por pequeño que sea. Y si se cae, levantarse todas las veces necesarias: la perseverancia es fundamental para lograr objetivos.
Aunque parezca difícil, esto también sanará. Llegará el día en que el alivio llegue, la angustia ceda, el extrañar se disuelva. Y la tormenta que parecía devastadora se revele como parte del camino hacia una mejor versión de uno mismo. Todo pasa. Y lo que queda es lo que se supo construir con cada elección, incluso en medio del dolor.
(*) Lic. Nadina Camus (M.N 37.722). Psicoanalista de APdeBA (Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires).