La transición hacia la independencia no siempre es fácil. Cuando los padres mantienen actitudes sobreprotectoras, incluso cuando sus hijos ya son adultos, pueden aparecer tensiones y dificultades emocionales. Investigadores y psicólogos explican las consecuencias de este estilo de crianza y ofrecen pautas para gestionarlo.
Con cada etapa vital, surgen nuevos roles, hábitos y formas de interactuar con los demás. Crecer significa ganar autonomía, pero no todos los padres logran acompañar ese proceso al mismo ritmo. Muchos mantienen actitudes absorbentes, lo que puede provocar malestar en los hijos adultos.
Leé también: estudio de la Universidad McGill y la Universidad de California en Los Ángeles mostró que los estudiantes universitarios que crecieron con padres excesivamente cautelosos tenían más probabilidades de experimentar ansiedad al comenzar la educación postsecundaria. "La crianza sobreprotectora es un estilo que impide que los niños tomen sus propias decisiones o afronten las consecuencias de sus acciones", señaló Anna Weinberg, profesora asociada de Psicología en McGill.
Los investigadores observaron que la relación entre situaciones estresantes y sentimientos de ansiedad era más fuerte en quienes habían tenido padres muy controladores. Según la autora principal, Lidia Panier, "los estudiantes cuyos padres son muy protectores experimentan un vínculo más fuerte entre la exposición a eventos estresantes y sentimientos de ansiedad".
Este estilo de crianza, además, puede asociarse con apego inseguro dificultades en la regulación emocional y menor apertura a nuevas experiencias, lo que aumenta la vulnerabilidad psicológica. En palabras de Weinberg: "A veces, este instinto tan natural de evitar que nuestros hijos sientan tristeza, miedo o angustia puede, a la larga, perjudicarlos".
Cuando los padres siguen actuando como si sus hijos fueran niños, suelen aparecer:
A largo plazo, estas dinámicas pueden erosionar la autoestima y dificultar la independencia plena.
Los psicólogos recomiendan trabajar la asertividad: expresar el malestar sin ataques y con ánimo de llegar a acuerdos. También es clave detectar cuándo una conversación se vuelve demasiado tensa y posponerla hasta recuperar la calma.
Si los padres se sienten heridos, conviene expresar gratitud por los esfuerzos que han hecho, aclarando que lo que se busca no es negar su apoyo sino ajustar los límites. Establecer normas básicas de convivencia -por ejemplo, no interrumpir durante el trabajo remoto- ayuda a que ambas partes tengan criterios objetivos de respeto.
En los casos más complejos, la terapia familiar puede ser una herramienta útil para mejorar la comunicación y generar nuevos patrones de relación.