Mendoza, de de
Mendoza, de de
La final de esta edición enfrenta dos modelos opuestos: el poder financiero del fútbol-estado contra la solidez de una planificación progresiva.
Más allá de los futbolistas que salten al campo o el resultado del marcador, la final de la Champions League 2024-25 entre París Saint-Germain (PSG) e Inter de Milán que se jugará este sábado a partir de las 16 hora argentina en el Allianz Arena de Múnich, enfrenta dos visiones opuestas sobre cómo construir un equipo competitivo.
Por un lado, el conjunto parisino es quizá el mayor exponente del denominado "fútbol-estado", con un respaldo económico proveniente de Qatar Sports Investments desde 2011 que le ha permitido fichar a grandes estrellas, entrenadores de élite y sostener presupuestos millonarios año tras año.
Por el otro, el equipo neroazzurro representa un modelo más tradicional de planificación, armado progresivo del plantel, y apuesta por una estructura deportiva sólida, con menor margen de gasto, pero gran coherencia institucional.
Este cruce, entonces, representa más que una final de fútbol: es también un duelo de filosofías. ¿Tiene más mérito el proyecto que crece desde la solidez institucional y deportiva, como el de Inter? ¿O es inevitable reconocer el peso que puede tener la inversión sin límites cuando está bien gestionada, como intenta demostrar el PSG?
La institución francesa representa quizás como ningún otro club al modelo del "fútbol-estado". Respaldado por los petrodólares de Qatar, ha invertido miles de millones de euros para transformar su imagen, dominar el fútbol local y, sobre todo, conquistar Europa.
A lo largo de estos años, por el vestuario pasaron algunas de las estrellas más grandes del planeta: Neymar, Mbappé, Messi, Ibrahimovi, Ramos y muchos más. La estrategia fue clara: fichajes de impacto, técnicos de renombre, contratos estratosféricos y una estructura pensada para ganar ya. Sin embargo, en ese camino reluciente no todo fue éxito.
En más de una década de inversiones, el club solo llegó a una final de Champions, en 2020, y la perdió ante el Bayern Múnich. A menudo se lo ha acusado de carecer de una identidad futbolística clara, con proyectos que se interrumpen constantemente y una excesiva dependencia de individualidades.
La presión por conseguir títulos inmediatos ha sido una constante, y los fracasos en instancias decisivas han encendido críticas hacia la falta de un proyecto más sustentable. En 2024-25, con Luis Enrique al mando y un plantel repleto de talento, PSG busca redimirse y demostrar que la inversión puede, al fin, traducirse en gloria europea.
Del otro lado, la entidad italiana llega con un camino muy distinto. Con un presupuesto significativamente menor, ha construido en los últimos años una base sólida, sostenida por decisiones coherentes desde lo deportivo y lo institucional.
Bajo la dirección de Simone Inzaghi, el equipo nerazzurro ha apostado por la continuidad, una idea de juego definida y fichajes estratégicos, sin grandes excentricidades económicas. En lugar de acumular nombres, Inter armó un plantel equilibrado, donde Lautaro Martínez se erige como líder y símbolo del proyecto.
La evolución del equipo ha sido notoria: finalista de la Champions en 2023, campeón de Italia en 2024 y nuevamente finalista en 2025. Todo con una estructura que privilegia la estabilidad, el trabajo en equipo y una filosofía de club. En contraposición al modelo parisino, encarna el valor del proceso, de la paciencia y la planificación. Su presencia en una nueva final europea pone en valor una forma distinta -y quizás más difícil- de llegar a la cima.
La UEFA Champions League 2024-2025 llegará a su momento cumbre este sábado 31 de mayo con la final entre Paris Saint-Germain (PSG) e Inter de Milán. El encuentro está previsto para las 16, horario argentino. El árbitro designado para impartir justicia en el campo será el rumano István Kovacs.
